Las bonitas


Por mis anteriores trabajos en el área de publicaciones, hace un par de décadas atrás tuve la oportunidad de conocer mujeres con una belleza extraordinaria desde el punto de vista de los estándares de apariencia en Puerto Rico.  Algunas parecían, o eran modelos, y muchas eran muy inteligentes. 

Entonces, pensaríamos que eran mujeres muy felices, con las mejores oportunidades de empleo y de conseguir pareja. Me di cuenta de que no era así. Que lo que parecía algo bueno en sus vidas las alejaba de las cosas que yo, muy común y sin la espectacular belleza tenía a mi alcance. Por ejemplo, yo iba a almorzar con una de ellas porque las otras chicas cuando entraban al centro comercial con mi amiga se sentían menospreciadas por que los caballeros miraban siempre a la más bonita. Y yo, que ya la presencia de mi hermano mayor me había arruinado, o protegido de muchas “posibilidades”, y que la misoginia de mi padre me había dejado sin muchas ganas de andar coqueteando en público, me iba muy orgullosa a almorzar al centro comercial con mis amigas las bonitas.

Con el tiempo descubrí que estas fantásticas mujeres hermosas por dentro y por fuera se les hacía muy difícil encontrar parejas que las quisieran y respetaran por lo que eran y no por su apariencia. Ellas veían como se acercaban los caballeros babeándose sin escuchar una palabra de lo que ellas decían.  A veces las querían como trofeos, para propósitos sexuales... Hasta que vi como mucho antes del movimiento “Me Too” una de ellas fue despedida cuando se rehusó a responder las llamadas del jefe para pasar la noche en su casa. Ella se fue ese día, ya acostumbrada a todo eso y ni siquiera presentó los múltiples mensajes grabados que decían cosas como: “Contesta porque te conviene”.  Por la juventud, inexperiencia o costumbre al abuso, todo se quedo así.  Y el jefe de aquella prestigiosa compañía se quedó pasándole la mano a una asistente que no tenia una apariencia tan fabulosa, pero estaba enamorada y disponible.

Al contrario de lo que se esperaba, estas maravillosas mujeres que de vez en cuando me encuentro en los medios de comunicación social, están sin pareja. En algunos casos con matrimonios tan buenos como ellas. Pero muchas solas y cansadas de los acercamientos inapropiados.

De otro lado, tenía un amigo, que no le voy a llamar cerdo por miedo a ofender a esos animalitos que no tienen culpa, que decía que los hombres que estaban dispuestos a acostarse con la gordita o con la más fea tenían más sexo que los que no. Porque había más y estaban agradecidas. Y es que hay mujeres que también nos encontramos con los que fingen amarte hasta que consiguen desahogar su intimidad y entonces como no son buenos seres humanos, simplemente empiezan a tratarte mal para que te vayas y no decirte la verdad. No ha sido directamente mi caso, pero he escuchado a muchas compañeras llorando por algún individuo así.

Creo que por la crisis económica global o por la idiotez de algunos que gastan más dinero del que reciben abusando del crédito, hay una nueva categoría. Y yo caí en ella por buena gente, por la soledad que se experimenta en los estados del norte, o simplemente por bajar la guardia. Son los que fingen amistad, atracción física y cariño para ver que ventaja económica pueden obtener. Ni siquiera era más joven que yo así que no me acusen de golosa.

Pero de todas las estrategias de engaño ésta es la más dolorosa porque no tiene nada que ver contigo. Es el interés en algo como el dinero que viene y se va sin pertenecer a tu alma. Es como un puñal que te atraviesan en el pecho, pero te deja viva, ahí tirada con tu dolor. Te hace sentir sin ningún valor, como si fueras basura que se usa y se deja de lado, hasta que te vuelvan a necesitar y entonces te reciclan usando todas las debilidades que aprendieron de ti cuando te escuchaban y como en una grabadora enferma se memorizaron las conversaciones.  Fue un dolor indescriptible. Nunca voy a escuchar un perdón sincero, y en todo caso escucharía una historia para cambiar la realidad en mi mente (“gaslighting”). Me preguntó cómo es que supe todo. Mi contestación fue: “Porque no soy estúpida”. Me aseguró de que me lo dijo porque no puede creer que yo, tan “book smart”, con tanta falta de calle y tan jibarita e inocente pude tener la inteligencia de darme cuenta del truco. No se le pueden pedir valores a quien no los entiende. Por lo menos, y muy a su favor, no lo negó. Pero no se vive en vano. 


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